sábado, abril 14, 2018

“Que exista la luz”

Y dijo Dios: “¡Que exista la luz!” Y la luz llegó a existir (Génesis 1:3).

El tercer versículo de la Biblia es famoso por un par de situaciones. Antes que nada, es la primera vez que se registra la voz de Dios. “¡Que exista la luz!” es lo primero que dijo, no precisamente a la humanidad, porque aún no existía, pero tal vez lo dijo con ella en la mente para la posteridad. Otra cosa interesante del versículo es que la luz de la que habló Dios no fue luz solar. El sol fue creado hasta el cuarto día. Entonces, ¿de qué luz estaba hablando Dios?

Para el pastor James Ryle es claro: Dios es luz y con esta acción estaba permitiendo su visibilidad. Iba a permitir un entorno en el cual Él se pudiera percibir. No necesitaba al sol o a las estrellas para existir. Al contrario. Al crear la luz en el primer día, quedó manifiesta su naturaleza. ¿Y cuál es su naturaleza? Amor.

En los siguientes días Dios manifestó su amor. Creó las condiciones para que el hombre pudiera existir en un pequeño hogar llamado Tierra en un entorno (sistema solar, galaxia, clúster, universo) impresionante. Imagínese construyendo un pequeño acuario para su pececito de colores. Pero lo ama tanto que además le construye, no solo una habitación donde ubicar el acuario, sino un edificio, un vecindario, un país, un continente, diseñados específicamente para que las condiciones del acuario sean perfectas para el desarrollo de su pequeño pez.

El pastor Ryle concluye diciendo: “Su deseo (de Dios) es que veamos (percibamos, entendamos, y para eso es la luz) una revelación de Su amor en todo lo que Él ha hecho, en todo lo que Él dice y en todo lo que Él hace.” Sin luz, olvidemos al sol, no podemos.

Dios es amor (literalmente) y Dios es luz (metafóricamente).

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